¿Realmente ha cambiado España?

‘La concordia fue posible’, epitafio en la lápida de Suárez | LaVanguardia.com

La percepción de la España política de los últimos 40 años –es decir, la España posterior a la dictadura- es la de un país de izquierdas gobernado ocasionalmente por la derecha donde los partidos regionales han acumulado un peso decisivo, ejerciendo de bisagra para la gobernabilidad. Este axioma, que se refleja en las diez legislaturas habidas bajo el manto de la Constitución de 1978, parece romperse en este 2015 a causa del eco de la crisis, el proceso catalán, las sospechas (y certezas) corrupción extendida en el partido de gobierno y la irrupción de dos nuevos actores en el mapa político español, Ciudadanos y Podemos. Parece… O quizá no tanto. El dibujo del mapa político español con cuatro actores a la par que reflejaba el sondeo de Metroscopia para El País del 9 de marzo esconde en realidad un panorama ya conocido.

De las diez elecciones generales habidas hasta hoy en España, seis han presentado una imagen muy similar, aunque con diferencias en el Gobierno resultante. Si en lugar de por partidos contemplamos las elecciones por bloques políticos, la imagen es constante, aunque diversa. Elecciones tan dispares como las de 1986 –el PSOE revalida su mayoría absoluta– y 1996 –primer gobierno del PP– presentan una similitud ideológica evidente en el retrato del país. En 1986, las fuerzas de izquierda sumaron casi el 48% de los votos; el centro y la derecha, en torno al 34,5% de los sufragios. Los partidos regionales, por su parte, acumularon el 8% de los apoyos. Diez años después, la izquierda recibió el mismo porcentaje de apoyos (47,93%), la derecha y el centro, unidos entonces en el PP, el 38,6%, y los partidos regionales –vascos, catalanes y gallegos, nacionalistas e independentistas-, el 7,44%. La ley electoral, la participación, la relación de fuerzas en cada bloque político y las circunstancias de cada momento dibujaron parlamentos muy diferentes, pero la fotografía ideológica de España es, a efectos de retrato, idéntica.

Un suicidio, un milagro y un robo
Tal reparto de fuerzas, o muy similar, se dio también en los comicios de 1989, 1993, 2004 y 2008. Y cuando sufrió una alteración fue porque medió un suicidio, un milagro y un robo. En 1982, tras las elecciones que dieron la mayoría al PSOE, los votos reflejaron una mayoría única de apoyos a las fuerzas de izquierda (PSOE y PCE sumaron el 51,1% de los votos), mientras que el centroderecha y las opciones regionales no se movieron (35 y 7% de los votos recogidos por los partidos con representación parlamentaria, respectivamente). Habían ocurrido un suicidio –el 23-F lo fue, al menos como intentona-, un milagro –por primera vez la derecha cedía el poder a la izquierda sin sangre ni quebranto- y un robo –el que sufrió Suárez, al ver cómo le sustraían su propio partido-. Los comicios de 2000 y 2011 rompieron la fotografía tradicional de España de forma más evidente: el centroderecha se volvió opción mayoritaria (44% en 2000; 48% en 2011), la izquierda se quedó en menos del 40% de los apoyos (35% en 2011) y las fuerzas regionales siguieron en su nicho del 8%. El suicidio en ambos casos fue el del PSOE, bien por su gestión de la crisis, bien por la travesía del desierto del postfelipismo. El milagro fue el económico español, encarnado por Rodrigo Rato y su memoria, incorrupta al menos en el no tan lejano 2011 (aunque quizá este milagro contabilice como robo en 2015). Y, considerando como robo el del centro político, con el que el PP se hizo en 2000, el robo de 2011 es evidente: la multiforme crisis económica.

Cambios internos
Según el citado sondeo de Metroscopia para El País, la izquierda (PSOE, Podemos, IU) y el centroderecha (PP, Ciudadanos, UPyD) se distribuirían en un parlamento inédito con cuatro fuerzas entre el 22,5 y el 18,6 de los apoyos. La fotografía ideológica, no obstante, coloca el 48% de los votos en la izquierda y el 40% en el centroderecha. La imagen, por tanto, no es nueva: España, a pesar de las diversas crisis políticas, económicas y de Estado que atraviesa, sigue siendo el reflejo de un país de izquierdas ocasionalmente gobernado por la derecha con partidos regionales fuertes. El retrato, eso sí, dibuja el declive del bipartidimo, pero sostiene el bibloquismo entre izquierda y derecha con una distribución de fuerzas que, con matices tenues, se ha mantenido desde 1982. Ni el suicidio de los grandes partidos, ni el milagro de la aparición de nuevas fuerzas políticas ni el robo –que no necesita descripción- han cambiado el retrato ideológico español.

Ahora bien, el cambio existe, y es evidente, dentro de las fuerzas de cada bloque. La izquierda reclama más izquierda y se fija en Podemos –de hecho, la salida de Monedero ha reabierto el debate sobre la necesidad de un viaje al centro político con salida en Caracas-; el centroderecha reclama más centro –inédito en todas las elecciones que ganó el PP- y se apoya en Ciudadanos tras el aparente suicidio político de UPyD. E incluso entre los partidos regionales, que en los 90 aportaron sentido de Estado y gobernabilidad a los gobiernos de PSOE y PP, la opción mayoritaria, particularmente en Catalunya, no es el nacionalismo, como venía siendo tradicional, sino el independentismo.

Transversalidad… y demografía
En apariencia, a lo que asiste España no es a un cambio entre bloques, sino a una disputa en los bloques: El enfrentamiento entre nueva política y vieja política –partidos nuevos y partidos viejos-, entre posiciones nacionalistas e independentistas, es el que dibuja la incertidumbre política española, que es la que pone en duda la gobernabilidad del Parlamento que surja de las próximas elecciones generales. Porque, aunque el reparto de escaños pueda ofrecer alianzas naturales, la correlación de fuerzas en cada bloque hace en apariencia tan o más sencillas las alianzas transversales, política o generacionalmente: hace un año, en LaSexta, Felipe González ya defendió un pacto PP-PSOE “si el país lo necesita”. Y en Andalucía, tal vez como algo más que un experimento, Susana Díaz cuenta con Ciudadanos o Podemos –quizá ambos– para ser investida.

Porque –y quizá este es el trazo más novedoso del retrato de la España actual-, lo que soterra el mapa político español no es tanto un choque político como generacional y demográfico. De la misma forma que, en 1979, la generación política que vivió la Guerra Civil dio paso a la generación que hizo la Transición, en este 2015, la generación que no vivió la Transición se presenta ahora como el relevo de sus mayores. Según datos del INE, en 1979, los españoles de entre 18 y 40 años representaban en 1979 el 30,9% de la población, frente al 37,5% que eran los españoles de 41 años o más. En 1982, camino de los 41 años, Felipe González fue elegido Presidente del Gobierno.

Hoy, según los datos de enero de 2014 del Instituto Nacional de Estadística –último estudio completo-, los españoles de entre 18 y 40 años representan el 30,6% de la población, frente al 51,4% representado por los mayores de 40. Albert Rivera (35 años) y Pablo Iglesias (36), pertenecen al primer grupo; también Alberto Garzón (29). Pedro Sánchez (43) y Mariano Rajoy (60), así como Rosa Díez (62), pertenecen al segundo.

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