Asociación de Víctimas de ‘La La Land’

‘La La Land’ es una trampa. Una trampa hecha de música, baile, la sonrisa displicente de Ryan Gosling y los ojos –tantos ojos- de Emma Stone. Es una trampa emocional, pero una trampa. Pero –eso nunca- no huyáis, insensatos.

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Para hallar un cuerpo celeste en el espacio no es necesario localizarlo. También podemos inferirlo. Esto es, en función de lo que conocemos y por las circunstancias del entorno podemos deducir que en tal punto debe haber un planeta. Sencillamente porque el orden y las leyes que conocemos nos indican que para que ese orden pueda existir, ahí debe haber un planeta. Que no hemos visto, que tal vez nunca veamos. Pero sabemos que está ahí.

Algo parecido ocurre con La La Land. Creemos que hay una historia, pero en realidad solo la inferimos. Sigue leyendo

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Por qué George Martin fue el ‘quinto beatle’ (y era tan importante)

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Cuando The Beatles, en 1962, entraron por primera vez en los estudios de EMI en Abbey Road se encontraron tres cosas: un enorme bote de caramelos de menta, un cartón de cigarrillos Gitanes y a George Martin.

George Martin (1926-2016) trabajaba para EMI en el sello Parlophone, dedicado a grabaciones menores –discos cómicos, entre ellos de Peter Sellers– y tradicionalmente al jazz. De sólida formación musical, el contraste entre Martin de 36 años entonces, y The Beatles, que entonces eran poco más que cuatro chicos de Liverpool con nula formación musical y con una imagen moderadamente aseada, fruto del trabajo de Brian Epstein, era enorme. No eran sólo los 15 años que les separaban. Eran la procedencia, la educación, las maneras, la guerra.

Pero tenían en común la música. La creatividad de, básicamente, Lennon y McCartney necesitaba vehicularse, canalizarse hacia algo en concreto. Y Martin fue ese canal. Sigue leyendo

Una vez escribí un libro

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Aunque a veces se me olvide por desazón o desidia, es rigurosamente cierto: Una vez escribí un libro. Fue sin querer -es cierto-, y quizá por matar las horas perdidas, que ya estaban en realidad muertas, pero la cuestión es esta: que una vez escribí un libro, que al principio fue blog (este, que es un desastre de diseño y edición, con sus erratas incluidas) y que acabó haciéndose papel aquí (también como un desastre de diseño y edición, con sus erratas incluidas).

Supongo que casi un lustro después es hora de perder la vergüenza por haberlo hecho. Sí, una vez escribí un libro. Entre otras razones, por esto: Sigue leyendo

Cómo joder a un ‘beatle’


Paul quits The Beatles. El titular del 10 de abril de 1970 del Daily Mirror siempre hizo sonreír a John Lennon. Dos años antes, durante la grabación del Álbum Blanco, Ringo dejó el grupo durante dos semanas, aburrido de jugar a las cartas mientras el grupo, o las fracciones que quedaban de él, le ignoraba. La batería de Birthday, firmada por Paul McCartney, es testimonio de la fractura. Un año después, en 1969, la discusión entre Macca y George Harrison en los fríos estudios de Twickenham llevó al guitarrista a dejar la banda durante un tiempo. “Tocaré lo que quieras que toque. O no tocaré si no quieres que toque. Haré lo que sea que te complazca”, dijo Harrison, y así lo atestigua la película Let it be. Y el propio John, en plena fusión con Yoko Ono, también había anunciado su intención de dejar el grupo a lo largo de 1969. Claro que también había anunciado que era la reencarnación de Jesucristo. Pero en su etapa de destrucción del mito beatle, Lennon se planteó dejar la banda. Por eso quiso que Let it be viera la luz con su pobre producción original. Y por eso cantó “I don’t believe in Beatles” en su celebrada God.

La cuestión es que cuando Paul McCartney dejó The Beatles, el resto del grupo ya había dejado la banda previamente. Y por eso Lennon sonreía: Paul actuaba como un novio despechado. Con ese “la he dejado yo” que generalmente camufla el dolor por el abandono no deseado.

Todo ese desprecio se convirtió en guerra el 28 de mayo de 1971. Ese día, Paul McCartney publicó RAM, su segundo álbum en solitario. Y John Lennon vio en él una declaración de guerra.

Porque lo era. Sigue leyendo

Revolutionary Road: Nunca nos quedará París

‘Revolutionary Road’

De cuando escribía reseñas (y no me las publicaban)

Cada autor configura su universo. De la misma forma que el Madrid de la movida es totémico para Almodóvar, o el Manhattan pudiente y progresista es el escenario de Woody Allen, para el director Sam Mendes el plató ideal es la América suburbial de las apariencias, el antisueño americano. En Revolutionary Road, como en American Beauty (1999), el cineasta británico nos transporta a la decadencia de un matrimonio; como en American Beauty, la lucha contra la apatía, contra la realidad, es el hilo conductor de un film que se mantiene fiel al espíritu de la novela homónima de Richard Yates. Sigue leyendo