[Advertencia previa, no por obvia menos necesaria: Esto es una opinión. Que puede estar equivocada. Que no es exógenamente vinculante. Y precisamente como opinión es prescindible]
Para Ruby Bridges lo peor no fue el aislamiento. Ni los escupitajos. Ni el desprecio. Ni la soledad, que duró todo un año: una medida de tiempo excesiva para una niña de seis años. Para Ruby Bridges lo peor fue ver a aquella mujer que la recibió con un ataúd en el que reposaba una muñeca negra. Para cuando cumplió siete ya no hubo escupitajos. Ni desprecio. Ni soledad. Ni ataúdes diminutos y macabros.
Ruby Bridges es la niña de la foto que acompaña este texto. La niña que fue un campo de batalla. La obligada integración racial en las escuelas de la Luisiana de 1960, hasta entonces whites only, la llevo a ser, durante un año, la única negra en un colegio que era para blancos. Y sufrió todo lo posible. Y no quiso estar ahí. A cambio hoy, y desde hace décadas, la integración racial en las escuelas públicas de EE.UU. es un valor, y no un problema. No se discute. Es una realidad que hay que aceptar. Es un pilar social. Sigue leyendo